https://elpais.com/sociedad/2020/02/03/actualidad/1580744020_627439.html
Ana Muñoz, de 61 años, se diagnosticó sola el primero de los cuatro cánceres que ha superado. “En las vacaciones de Semana Santa del año 2002, sentí un dolor. Yo tenía 44 años y pensé que tenía dolores de la menstruación. Pero como soy médico, otorrino, empecé a tocarme y noté un bultito claramente palpable”, cuenta en su casa de La Cañada, una zona residencial a 15 kilómetros de Valencia. “Los días previos a la operación presentía lo que era y me hundí un poco. Pero desde que salí de la intervención, está mal que yo lo diga, lo afronté muy bien. Pensé: ‘Soy una más, mucha gente que tiene cáncer, a pelearlo”.
Lo que Ana no sabía entonces es que su lucha iba a ser tan larga. En 14 años sufrió tres cánceres de mama y uno de ovarios, y descubrió que padece un síndrome hereditario, causado por la mutación del gen BRCA1, que multiplica las probabilidades de desarrollar ambos tipos de tumor. Del último hace cinco años. “Acabo de pasar la revisión y ha salido bien”, dice. Ana se ha sometido a dos mastectomías, le quitaron los ovarios de forma profiláctica (fue al examinarlos cuando detectaron en el izquierdo un tumor en fase inicial), se ha sometido a cuatro tratamientos de quimioterapia y a tres de radioterapia.
“Lo más duro, y he pasado por muchas cosas, fue cuando en el estudio genético salió que mi hija tiene la mutación”, afirma. La madre de Ana también tuvo el síndrome: con casi 70 años le diagnosticaron un cáncer de ovario, pero lo superó y vivió hasta los 89 (murió hace tres meses, y no fue de cáncer). Sus otras tres tías maternas, en cambio, sí murieron de este tipo de tumor con 48, 58 y 72 años.
Médico vocacional, para Ana fue difícil jubilarse cuando hace tres años la inspectora de trabajo le instó a jubilarse y ella, cansada, aceptó, a pesar de que sabe que le hubiera gustado seguir trabajando. “Pero ahora estoy contenta. Una cosa que me sirve mucho es decir: hoy me he levantado. Y el sol, el verde de las plantas, una sonrisa… Todo eso ya lo valoraba, pero ahora lo hago más. No entiendo por qué la gente busca el placer en cosas muy sofisticadas, cuando la felicidad está en cosas muy simples”.
Elías Martínez (Leucemia): “Hoy soy capaz de celebrar el día del diagnóstico”
Elías Martínez (Madrid, 29 años) tiene tatuado en cada tobillo un paréntesis. Para él, eso es lo que significó el cáncer. Con 19 años le detectaron leucemia linfoblástica aguda, una enfermedad en la médula ósea que provoca cansancios, moratones e inflamaciones de los ganglios. Llevaba varias semanas sin encontrarse bien y el doctor le dijo que probablemente sería mononucleosis. Su madre intuía que el diagnóstico era otro y le llevó a urgencias. “Entré el 10 de julio de 2010 y no salí de la habitación de aislamiento hasta el 2 de agosto, mi cumpleaños”. A eso le siguieron dos años de quimioterapia, meses de malestar y varios efectos secundarios. Pero para Martínez también fue una época de mucho aprendizaje.
Actualmente celebra ambas fechas. “Hoy soy capaz de celebrar el día de mi diagnóstico”. Con cervezas y con amigos hace nueve años que Martínez festeja dos veces al año su vida. “Aunque me remueva mucho emocionalmente, los 10 de julio ya no me levanto en la cama de un hospital. Y eso lo tengo que celebrar”, cuenta aún emocionado.
Durante la enfermedad, Martínez se agarró al testimonio de otros. “Empecé buscando en Internet qué era la leucemia y encontré blogs de enfermos. Eso fue mi gran apoyo: hablar con gente que entendiera por dónde estaba pasando”, comenta. Leyó las experiencias de decenas de personas y a los pocos meses decidió contar las suyas. Creó el blog: Tu leucemia también es mi lucha. Hoy nos toca reír y más adelante contó su testimonio en Diario de vida, de la Fundación Sandra Ibarra, en el que se recogen las historias de varios supervivientes de leucemia.
Josep Asunción (Cáncer de colon): “Resultó que yo era más fuerte de lo que parecía”
A Josep Asunción, de 62 años, le detectaron un cáncer de colon hace 10 años. Le operaron, todo fue, aparentemente, bien y en poco tiempo volvió a su puesto de orientador en un instituto público de Valencia. Pero un año después los médicos descubrieron que el tumor se había reproducido. “La primera vez fue muy duro, claro, pero entonces yo intuía que algo me pasaba, porque tenía problemas digestivos. Y tuve recursos; una persona aparentemente débil como yo resultó ser más fuerte de lo que parecía. Pero la segunda vez me dejó más tocado, porque me encontraba bien y fue un golpe inesperado. Como en la canción aquella de Raimon: ‘Cuando crees que ya se ha acabado, todo vuelve a comenzar”. La letra hablaba del Franquismo, y en mi caso fue la pesadilla de que el cáncer volviera a aparecer. Así como la primera vez me recuerdo positivo, la segunda empecé a ver fantasmas”, afirma Asunción en el comedor de su casa, en Valencia. Después de aquello, sin embargo, los controles a los que se sometía fueron pasando sin sorpresas cada tres meses, después cada seis, luego una vez al año, y el miedo de aquellos días le resulta ahora lejano. “Ya no me generan ninguna tensión, porque estoy convencido de que van a ir bien”.
Asunción hizo su vida todavía más saludable —aunque ya comía bastante sano, bebía poco alcohol, y solo fumó los dos primeros años de carrera—. “Mi mujer ya era vegetariana, también por motivos de salud, y aprovechando que mi hijo se iba de Erasmus, abandonamos la carne, que ahora solo como de forma muy esporádica, por ejemplo hace unos días en una paella, los alimentos procesados y demás”.
La enfermedad también le hizo cambiar la forma de afrontar su empleo, del que se jubiló hace un año. “El trabajo me ayudó. Pero ser orientador en un instituto no es fácil. Antes yo interiorizaba mucho los problemas, me los traía a casa”, dice. Recuerda, por ejemplo, que en su época en el instituto de Benimàmet (Valencia), donde estaba destinado cuando le detectaron el cáncer, el caso de una familia con graves problemas económicos y de adicción a las drogas, cuyos hijos eran alumnos del centro, y que le quitaba el sueño. “Decidí que tenía que separar las cosas, lo cual no significa que no siguiera implicándome como he hecho siempre. Aprendí a relativizar y al año siguiente pedí el traslado a un instituto más tranquilo”.
El cáncer, cree Asunción, va camino de convertirse, al menos en una parte de ellos, en una enfermedad crónica. Lo cual no impide, añade, que en muchos casos siga siendo terrible: el hombre piensa con frecuencia en dos amigas a las que diagnosticaron tumores casi a la vez que a él, que también recayeron un año más tarde, y que murieron en los años 2016 y 2018.
Carmen Pérez (Cáncer de mama): “Sentí que salía de una gran guerra”
Carmen Pérez Sánchez (La Palma, 55 años) aún se emociona al recordar el día en el que le detectaron cáncer en su mama derecha. Llamó a su pareja y a una amiga muy nerviosa. “Cuando me dieron los resultados y escuché cáncer, sentí como si de repente el suelo se me abriera. Me preguntaba una y otra vez: ¿Qué hago ahora?”. Pérez había perdido recientemente a otra amiga por el mismo diagnóstico y vivió la enfermedad de su tía años atrás. Asumir que perdería sus pechos [decidió extirparse ambos] también fue muy difícil. “Me trastornaba pensar qué iba a pasar”.
Pérez es franca: “Esta enfermedad es una mierda, pero hasta que no pasas por ese proceso no te das cuenta de los recursos personales que tienes”. La mujer se sometió a la última sesión de quimioterapia hace ocho años. “Entonces sentí que salía de una gran guerra, pero esa plenitud es difícil de conservar”.
A Pérez le detectaron la enfermedad a través de una prueba diagnóstica que hizo por el sistema sanitario privado con 46 años. En Canarias, hasta los 50 años las pruebas no las cubre la Seguridad Social. “No sé si, de haber esperado cuatro años más, hubiera estado viva. Esto tiene que cambiar. El cáncer de mama afecta cada vez a las mujeres más jóvenes”, critica.
El testimonio de otras mujeres con cáncer fue crucial. Leyó blogs y buscó las historias de varias otras pacientes para sentirse entendida. “La primera vez que vi las cicatrices que acabaría teniendo yo fue en el cuerpo de una amiga mía. Y eso me ayudó muchísimo”, reconoce, “esta enfermedad es muy dura para pasarla en soledad”. Hoy sigue echando de menos sus pechos, pero eso no le impide continuar sintiéndose sexy y fuerte. Tampoco le gusta que se hable de superheroínas en relación con la enfermedad, ni de que son los que más luchan quienes vencen al cáncer. “Yo no fui más valiente que mi amiga o que mi tía. Simplemente tuve otro diagnóstico, y soy una afortunada”.