Recuerda que ese lunes 9 de marzo saltó una alarma en el centro de salud de La Bañeza por un posible caso de Covid-19. La gente estaba muy alterada y muy nerviosa. No había confirmación oficial y muchos llamaban por temor, por saber, a la farmacia donde trabaja desde hace año y medio. Contestó sin descanso. Por eso, cuando por la noche se encontró fatigada lo achacó a la tensión de la jornada. El termómetro le hizo cambiar de opinión e intuir que podría estar infectada con esa extraña y desconocida enfermedad.
En los dos días siguientes, como habían recomendado las autoridades sanitarias, llamó 200 veces al teléfono de la Junta, y doscientas no es una cifra al azar, es exacta, las contabilizó en su móvil. No hubo respuesta. Así que decidió ponerse en contacto con su médico de cabecera del centro de salud de La Bañeza. Estaba agotada y lo que escucharon en su pecho no les gustó, parecía una neumonía severa.
Pulgar arriba y cartel
«Con todo lo que tienen encima, que saquen tiempo para dedicarte una sonrisa es de agradecer»
El facultativo le hizo un volante y su madre la llevó en coche directa a Urgencias del Hospital de León. Era jueves. Accedió ya por una entrada diferente para enfermos respiratorios. Tras las pruebas y dar positivo, la joven de 24 años quedó aislada e ingresada y su madre no pudo pasar «ya a planta ni a nada». Se quedó sola.
El viernes «empeoré muchísimo, estaba con el oxígeno a tope, pero no respiraba bien y me metieron en la UCI, donde pasé los tres días más horribles de mi vida. No me llegaron a entubar, pero la manguera por la nariz con la presión era un agobio y tenía que hacer verdaderos esfuerzos para respirar, si me relajaba caía la presión y la máquina pitaba. No podía dormir, no podía descansar, todo me costaba. A las dos horas no podía más, tenía que estar concentrada en respirar, sino no había manera. Pedí al médico que si me podía poner una mascarilla, pero me dijeron que no, que lo intentara o me tenían que entubar», recuerda.
Sus padres también
Su hermana de 20 años la cuida en casa ahora, y a su madre que estuvo 7 días ingresada y a su padre
Entre temblores, Mónica sintió el calor de los profesionales de la UCI. «Chapó por ellos, estaba en una unidad de cristal y me animaban desde fuera, me enseñaban el pulgar hacia arriba, ponían carteles con mensajes de aliento… No podía moverme, con las vías y los cables por todos los lados, era a los únicos que veía en las largas horas y que me apoyaban».
En el Hospital la suministraron antibióticos y un medicamento que se prueba para el Covid-19 y que a ella cree que le dio resultado. De hecho, tras los tres días en Cuidados Intensivos le efectuaron una placa y comprobaron que iba mejor. La llevaron a planta, donde permaneció otros siete días sola y aislada completamente. «Fui la primera paciente en tener televisión gratis, me dijeron, pero cada vez que veía las noticias la verdad es que cambiaba de canal. Es una pena que no pongan otra cosa, películas antiguas, series, la tele no me ayudó a distraerme».
Además, la falta de movimiento la hizo perder musculatura y cinco kilos de peso. Se mareaba al levantarse. Necesitaba a auxiliares y enfermeros para todo. Pero tras la dura lucha contra la enfermedad, las nubes se disiparon y el día 24 llegó el alta. Por la mañana le quitaron el oxígeno para probar. «Me daba miedo no saber respirar sin él, pero lo logré y por la tarde llamé a mi hermana para que me fuera a buscar corriendo y me llevara para casa. Tenía muchas ganas», indica.
La benjamina de la familia, de 20 años, es la que lleva el peso ahora. Los que la rodean han caído en las garras del Covid-19. Primero su hermana Mónica, después su madre, que también requirió el ingreso durante 7 días, y luego su padre, confinado en casa con fiebre. «Es la que está al pie del cañón, la que nos cuida a todos. Estaba estudiando fuera, pero tuvo que volver».
Mónica salió entre aplausos del Hospital, en silla de ruedas y con mascarilla. Los médicos la dijeron que no sabían si estaba inmunizada o podía volver a infectarse al estar débil, pero en su vivienda del pueblo de Soto va recuperando fuerzas. «El coronavirus no es una gripe y a mí me pilló fatal, pero quiero lanzar un mensaje positivo. Aunque es muy duro, tras esta enfermedad nos vamos a reinventar y a descubrir cosas que no habíamos visto. No se puede imaginar el trabajo que están haciendo los médicos y enfermeros. Todos los sanitarios. Con toda la presión que tienen encima, lo que ven y lo que hacen casi sin material de protección, el hecho de que tengan tiempo para dedicarte una sonrisa cuando estás allí postrada y pasándolo fatal es muy de agradecer. Yo les estoy muy agradecida, se volcaron conmigo y los sentí muy cerca».