Jaime Espolita es farmacéutico rural en Cabrillanes, una población de la provincia de León con apenas 775 habitantes. Espolita es además presidente de SEFAR, la Sociedad Española de Farmacia Rural, desde abril de 2019. En su artículo nos habla del día a día de la farmacia rural.
La publicidad de cierta marca de cerveza que estuvo muy presente el pasado verano en los medios de comunicación finalizaba con la siguiente frase: “Si queremos mantener nuestra forma de vivir, ¿no deberíamos proteger aquello que la hace posible?”. Huelga decir que dicho anuncio se refería al medio ambiente, pero ese mismo mensaje deberíamos también aplicarlo al mundo de la farmacia comunitaria.
A día de hoy se perciben ciertas dudas, en algunos estamentos, acerca del valor sanitario de nuestra red de oficinas de farmacia. Vemos día a día cómo cualquier medida de ahorro recae sobre nuestro sector, cómo se nos ignora ante la puesta en marcha de distintas campañas sanitarias, cómo se nos obvia a la hora de desarrollar medidas legislativas de amplío calado para nosotros o cómo se ningunea a la farmacia comunitaria en lo que se refiere a la dispensación a nuestros pacientes de cualquier novedad terapéutica. El porqué se da esta situación quizá no sea demasiado importante pero sí el hecho de que parece necesario demostrar a nuestros gobernantes (nuestros pacientes ya lo conocen) el crucial papel de la oficina de farmacia, no solo en el ámbito sanitario, sino también en otros aspectos como la cohesión social, la lucha contra la despoblación o la equidad entre nuestros ciudadanos.